Leí una historia sobre un hombre quien había heredado el negocio de la familia. Él residía en una gran mansión rodeada de hermosos jardines diseñados, tenía coches lujosos y vestía con las ropas más caras. En resumen, era uno de esos hombres que disfrutaba dándose los mejores lujos que había disponibles.
De todas sus posesiones, la posesión más preciada era una botella de vino muy raro y caro que mantuvo como parte de una colección en su bodega, “la joya de la corona”. Esta botella contiene el mejor vino del planeta.
Él había estado esperando toda su vida a que, algún día alguien le visitase y que fuese lo suficiente importante como para abrir la botella y beberla juntos. Pero ese día no llegó. Ni siquiera un importante hombre de negocios, ni un presidente de gobierno o ni el mismísimo príncipe fueron lo suficientemente importantes. Tras largos años de espera Ricardo murió sin haber apenas llegado a disfrutar de su botella más preciada.
Amigos y vecinos se dieron la vuelta y se sintieron obligados a entrar en la bodega y liberar un poco de vino para celebrar su vida.
¡Una verdadera lástima! ¡Quienes lo bebieron no se dieron ni cuenta de que estaban tomando un carísimo vino único en el mundo, para ellos el vino era simplemente vino!
¡Una verdadera lástima! ¡Quienes lo bebieron no se dieron ni cuenta de que estaban tomando un carísimo vino único en el mundo, para ellos el vino era simplemente vino!
